Por fin, el viernes pasado arrancaron las campañas electorales con cuatro candidatos a la presidencia, y si de algo estamos ciertos es que se trata de una contienda muy reñida, en la que no hay un solo partido o coalición que pueda arrogarse la representación absoluta de la pluralidad que hoy recorre a nuestro sistema político. Está claro que la competitividad se ha instalado y, paralelamente, nuestro sistema de partidos ha ido perdiendo consistencia ideológica, a tal punto que es difícil identificar a las formaciones políticas en función de sus originales perfiles doctrinarios, pues lo que actualmente las anima es la ambición pura y llana de atraerse al mayor número de votantes, sacrificando principios y orientaciones.
De hecho, las coaliciones y frentes electorales alrededor de los candidatos presidenciales son expresión del pragmatismo que hoy distingue a nuestros comicios. El problema de este desdibujamiento es que hemos llegado al punto de atropellar principios muy arraigados, que han sido la base de la estabilidad política de este país. Por ello es muy preocupante que Andrés Manuel López Obrador, el candidato que hoy encabeza las preferencias y que proviene de las filas de izquierda, insista en jugar con nuestro legado laico con el único objetivo de conectar con la mayoría del electorado. Fue justo en ocasión de la conmemoración de la Semana Santa, desde su rancho cerca de Palenque, en Tabasco, que AMLO volvió a identificarse como cristiano y creyente, olvidando que es un hombre público y que nuestra Constitución mandata que la religión se mantenga en ámbito privado.
A pesar de que nuestro país es todavía hoy dominantemente católico, ya que más de 80 por ciento de la población se identifica como tal y vibra al calor de los rituales guadalupanos, nuestra herencia laica ha permitido que las convicciones y creencias religiosas no invadan nuestra vida pública, y esta tradición de separación entre la religión y el Estado ha sido una fortaleza pacificadora que ha garantizado una convivencia tranquila entre personas con diferentes credos. Por ello, la religión en México no se ha constituido en un clivaje estructural o en un factor de diferenciación o ruptura social y política.
La tolerancia frente a las distintas religiones también ha sido uno de los pilares claves de nuestra aún incipiente democracia, pues como sostiene el politólogo italiano Michelangelo Bovero, la democracia debe ser antes que nada laica, porque sólo así se puede garantizar la protección jurídica para las diferentes creencias y rituales religiosos.
Un régimen democrático no puede alinearse o comprometerse con alguna religión en particular por más extendida que ésta se encuentre en una comunidad, so pena de obstruir la libre manifestación de las ideas. Es por ello que los dirigentes políticos deben mantenerse discretos respecto de sus convicciones religiosas, para no enviar mensajes que provoquen tensión entre quienes no comulgan con ellas.
Es cierto que AMLO insiste en declararse respetuoso de todas las religiones y en invocar recurrentemente a Juárez, pero abanderar a una religión en particular como base de su lema de campaña Juntos Haremos Historia, es violentar los andamiajes esenciales y constitucionales de nuestro Estado laico.
Su alianza con un partido de bases evangélicas, como el PES, está en consonancia con estas declaraciones públicas de su fe religiosa y confirman su falta de respeto hacia las fronteras privadas de las creencias de las personas. Podrá decirse que no es la primera vez que un candidato presidencial hace ostentación de sus inclinaciones religiosas, hay que recordar que Vicente Fox lo hizo al tomar posesión del cargo presidencial, pero en el caso de AMLO es doblemente reprobable porque es un dirigente político de izquierda que se dice comprometido con las leyes y a favor de combatir la desigualdad y la exclusión, y no hay forma de cumplir con esas posiciones más que asegurando que lo público no se confunda con lo religioso.
Nuestros partidos políticos han perdido armazón ideológica y programática al calor de la creciente competitividad, que ha hecho que lo importante sean los cálculos inmediatos y no la oferta política sólidamente sustentada. Por ello, más allá de quién gane la elección, algo que está en juego es cómo se recompondrán nuestros referentes ideológicos. En este contexto, a lo que no podemos renunciar es a mantener viva y actuante esa palanca civilizatoria que es nuestra herencia laica.
Texto publicado en: El Financiero, http://www.elfinanciero.com.mx/opinion/jacqueline-peschard/y-nuestro-legado-laico